Más allá del Sacrificio
Trascendiendo el altar del Sacrificio: Un Camino hacia la Plenitud Total.
Por
Milton Alonso Granados
El capítulo 9, específicamente los versículos 8 y 9 de Hebreos, nos
invita a meditar sobre una transición crucial en nuestra comprensión del
sacrificio Mosaico y de Jesús. Hebreos 9:8 nos indica que, mientras existiera
el primer tabernáculo, el camino hacia el lugar santísimo no se había revelado
completamente. Este tabernáculo, con su atrio y altar sacrificial, simbolizaba
un sistema terrenal que debía ser reemplazado para permitir algo más elevado y
espiritual: el acceso a Dios a través de Cristo.
Hebreos 9:9 nos revela que mientras el atrio y sus sacrificios
permanecieran, el hombre continuaba con un conocimiento constante de su pecado,
lo cual mantenía su conciencia imperfecta. Este sistema terrenal no podía
perfeccionar la conciencia del hombre; únicamente señalaba el pecado sin
ofrecer una verdadera respuesta. Esta es una limitación que el creyente al estar
completo en Cristo ya ha superado (Colosenses 2:10).
En Lucas 24:7, Jesús profetiza que el Hijo del Hombre debía ser ofrecido
en sacrificio a través de la crucifixión. Este acto, aunque fundamental, es
solo el comienzo de su misión. Al igual que el altar de sacrificio en el atrio
era solo un paso necesario para entrar al lugar santísimo, el sacrificio
terrenal de Jesús en la cruz también debía ser removido para revelar el propósito
y la gloria divina en su totalidad.
Hebreos 10: 20 nos recuerda que este nuevo camino fue abierto a través
de su carne, que representa el velo que antes nos separaba de la presencia
divina. Una vez en el lugar santísimo, ya no existe velo terrenal, ni carne o
humanidad alguna que nos separe de nuestra unidad con Dios.
Debemos, por tanto, apartar, no solo el atrio Mosaico, sino también el
sacrificio terrenal de Jesús, para acceder al lugar santísimo. Nótese como, Mateo
10: 38 nos instruye a tomar nuestra cruz y seguir a Jesús, pero este
seguimiento no culmina al pie del madero en el calvario. No podemos quedarnos
en el sufrimiento y el sacrificio; debemos avanzar más allá, hacia una vida
nueva y plena en Dios.
Pablo, en 2 Corintios 5:16, nos exhorta a dejar de conocer o contemplar
a Jesús según la carne, es decir, a trascender la imagen del altar de sacrificio,
para conocernos en Dios a través del Cristo resucitado. Este proceso de
transformación no solo nos llama a abandonar la dependencia ritual, sino
también a dejar atrás las divisiones y el odio religioso, que surge cuando nos
aferramos a las doctrinas interpretativas y formas de culto sacrificial.
Es importante tener presente que Jesús, según el apóstol Pablo, se convirtió
en piedra de tropiezo y roca de caída, "tropezadero para los judíos y locura para los gentiles" (Romanos
9: 33, 1 Corintios 1: 23). Quedarse en la figura de Jesús, es quedarnos junto al
altar sacrificial de Moisés. La misión de Jesús no culminó en su humanidad,
sino que nos invita a ir más allá, a trascender el tiempo y lo material, hacia una
unidad por Cristo en Dios.
Según las Escrituras, el altar de sacrificio por el pecado en el atrio y
el sacrificio de Jesús eran necesarios, pero no son el destino final. El
verdadero propósito es guiarnos más allá, hacia la plenitud divina. De no
lograr este objetivo, estaríamos todavía en la controversia de la religión, sin
experimentar el verdadero propósito final.
Así como el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo después de
realizar el sacrificio, nosotros también debemos entrar en la unidad divina,
que va más allá de sacrificios y pactos, para hacernos herederos conscientes.
Conocer a Cristo como Dios, y a nosotros mismos en Él, nos lleva a dejar atrás la
necesidad de sacrificios y a experimentar nuestra verdadera identidad y
posición en Dios.
En conclusión, puedes quedarte contemplando en el tiempo el altar de
sacrificio Mosaico o a Jesús expirando en la cruz. Pero también, puedes
actualizarte en el tiempo, y entender que hemos sido llamados a abandonar el
sistema que exigía el sacrificio de animales, y que, además, condenaba a Jesús a
la cruz. — y abrazar así una conciencia limpia y perfecta en la que somos unificados
por Cristo en Dios.
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